Mientra sigamos en nuestros encierros domiciliarios, en este rincón no faltará qué leer. Hoy hemos recurrido al libro “Excursiones a lugares históricos” (Sua Edizioak, 2016) de la colección Euskal Herria. Su autor, nuestro compañero Hektor Ortega, planteó treinta propuestas en las que hermanaba la historia y el paisaje del país. Una de ellas, cómo no, fue Gernika. Se acerca el 26 de abril, aniversario del bombardeo de 1937, por lo que hemos decidido publicar a continuación el texto que sobre este tema apareció en el libro. Quien lo lea descubrirá que Gernika no fue quemada una vez, sino dos, aunque la primera permanezca casi olvidada. Al finalizar el texto, un enlace posibilita ver la propuesta de ruta temática por las calles de la villa foral tal y como apareció en el libro. Ondo ibili!
Aquí fue Gernika
“Guernica burnt” (Gernika abrasada), leemos en un vieja publicación inglesa. No, no es la crónica que el corresponsal Georges Steer consiguió enviar a The Times dando cuenta de las bombas incendiarias alemanas que acababan de destruir la villa foral. No es un artículo de 1937, sino de cien años antes, de 1835.
Gernika debe su fama a su histórico roble, a cuya sombra se reunían las Juntas Generales de Bizkaia. Además, el árbol debía ser testigo del juramento de los fueros por el señor de Bizkaia. Aunque parece que este acto se celebró en contadas ocasiones, el roble se convirtió en símbolo de las libertades vascas. Cuando a finales del siglo XVIII visitantes extranjeros como John Adams (futuro presidente de Estados Unidos) descubrieron los fueros, el árbol de Gernika comenzó a cobrar cierto renombre como símbolo internacional de las libertades. El romántico inglés William Wordsworth le dedicó un sentido poema, “Oak of Guernica”, en 1810, pero no fue el primero que cantó al roble, porque ya lo había hecho mucho antes Tirso de Molina en la comedia histórica “La prudencia de la mujer” (1622): “El árbol de Guernica ha conservado / la antigüedad que ilustra a sus señores / sin que tiranos la hayan deshojado / ni haga sombra a confesos ni traidores. / En su tronco, no en silla real sentado,/ nobles, puesto que pobres electores / tan solo un señor juran, cuyas leyes / libres conservan de tiranos reyes”.
Después vendrían los emocionantes versos de Jose María Iparragirre, con música de Juan María Blas de Altuna. El “Gernikako Arbola” (1853) se convirtió en el himno vasco por excelencia.
La conversión en símbolo tiene un precio. Gernika lo sabe bien. El atroz bombardeo realizado por la aviación nazi e italiana el 26 de abril de 1937 es de sobra conocido. Las bombas incendiarias destruyeron el 85% del casco urbano y generaron un número de víctimas difícil de cuantificar pero que el historiador Xabier Irujo cifra en torno a 1.650 muertos. La salvajada conmocionó al mundo mientras los franquistas, que pocos días después tomaron la villa, negaban hasta la existencia del bombardeo y, en su lugar, acusaban a gudaris y milicianos de haber dado fuego a la villa foral. Destrucción física y aniquilación mediática. Bombas y mentiras sobre Gernika. El árbol, el palacio de las juntas y la iglesia de Santa María, todos ellos sitos en las afueras de la villa, se salvaron. Según algunos carlistas, aliados de Franco en aquella contienda, los falangistas quisieron cortar el roble foral, pero un contingente requeté lo impidió.
También en 1835
Curiosa paradoja. Cien años antes eran los enemigos de los carlistas quienes incendiaban Gernika y atacaban los símbolos de las libertades vascas. En mayo de 1835 el general liberal Fermin Iriarte entró en Gernika con una fuerte columna. Las tropas arrollaron las primeras defensas en el barrio de Errenteria y cruzaron el río Oka pero cuando alcanzaron el centro de la localidad se encontraron con un potente fuego enemigo, parapetado en las casas y edificios. Al mismo tiempo, cuatro batallones carlistas llegaron desde Gipuzkoa para copar a los cristinos por la espalda. Era una emboscada.
En tan crítica situación, Iriarte recruzó el río y, a costa de perder muchos hombres, consiguió romper el cerco y huir hacia Ereño. Una parte de su tropa se refugió en el convento de la Merced de Errenteria, donde resistieron hasta que al día siguiente fueron rescatados por la columna del general Espartero.
El ejército calculó sus bajas en unos 500 soldados y oficiales. Iriarte reconoció que “la pérdida que he sufrido es de bastante consideración”. Espartero, rabioso por la derrota, ordenó dar fuego a la villa. Gernika ardió y, según algunas fuentes, el general liberal mandó colocar un cartel sobre las ruinas con la frase “Aquí fue Guernica”.
El dolor de Xaho
Aunque este episodio hoy es poco conocido y no se ha evaluado el alcance real de la destrucción, en aquel tiempo causó conmoción. Según algunas crónicas, la orden incluía la Casa de Juntas y el árbol. Al hilo de aquel incendio, el suletino Agosti Xaho escribió estas sentidas líneas: “Las hordas castellanas han hecho irrupción en Vasconia peninsular; el roble venerable, al pie del cual tenían lugar desde hacer tres mil años las asambleas de la república, ha sido derribado. En su lugar, los cagotes han escrito en la nueva lengua esta inscripción digna de los bárbaros: Aquí fue Guernica”.
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